martes, noviembre 15, 2005

CALLEJONES SIN SALIDA


PAUL KAMMERER (n. Viena, 1880 - m. Theresien Hills, 1926)

La historia de la ciencia está llena de hombres que dedicaron su vida a una obsesión, consiguiendo con ello el reconocimiento de sus semejantes; eso que llaman pasar a la posteridad. Sin embargo por cada uno de estos seguro que podemos contar cien que, con igual dedicación, no llegaron a dejar su impronta bien sea porque no llegaron a ningún descubrimiento de importancia o porque se obcecaron en seguir un camino equivocado que les condujo a un callejón sin salida. Entre estos últimos se encuentra Paul Kammerer, biólogo austriaco empeñado en demostrar las teorías de Lamarck.
Kammerer al parecer iba para músico, sin embargo en algun momento de su carrera decidió cambiar el piano por la biología, doctorándose en la Universidad de Viena en 1904. Científico brillante, se especializó en anfibios, con los que trabajó desde entonces en el instituto de biología experimental del Prater. En aquellos años se empezaban a conocer los trabajos de Mendel, que darían una base a la selección natural de Darwin, no obstante muchos científicos defendían aún la teoría de la evolución por herencia de los caracteres adquiridos, que había postulado Jean-Baptiste Lamarck, Kammerer fue uno de ellos. Su trabajo se centró en experimentar en busca de casos en los que se produjera algún tipo de evolución lamarckiana. Para ello trabajó principalmente con dos tipos de salamandras: la alpina (Salamandra alta) que vivía en ambientes secos y fríos y cuya reproducción era vivípara, y la Salamandra maculosa que habitaba en climas cálidos y en el agua, donde sus crías pasaban por una fase de renacuajo. Kammerer intercambió el ambiente de ambas especies, consiguiendo descendencias de S. alta ovíparas y lo contrario, individuos de S. maculosa que nacían directamente de la madre. Además introdujo a la S. maculosa cuya piel es negra con manchas amarillas en ambientes con suelos más oscuros o más amarillos, logrando descendencias más parecidas al ambiente en cada caso.
Todo ello hizo de Kammerer un hombre bastante popular entre la comunidad científica, pese a que sus extrañas ideas, su condición de judío y socialista, además de su éxito con las mujeres le habían creado no pocas enemistades. Kammerer además tenía una vida social muy activa, siendo amigo íntimo de personajes como Gustav Mahler. Con todo, el experimento que definitivamente pareció lanzar su carrera fue el que realizó con el sapo partero (Alytes obstetricans). El sapo partero tenía la cualidad de aparearse en tierra y portar el macho los huevos fertilizados durante semanas. Kammerer los introdujo en uno de sus acuarios, desarrollando entonces los animales ciertas protuberancias que en otras especies de sapos acuáticos permiten que el macho sujete a la hembra en el agua. Las protuberancias aparecieron según Kammerer en las siguientes generaciones de estos sapos.
Entonces llegó la primera guerra mundial y el posterior hundimiento del imperio Austrohúngaro y la economía de los países que la perdieron, y el mundo de Kammerer se vino abajo. Al final, sus sapos parteros acabaron muertos y dentro de frascos con alcohol, y el mismo Kammerer se vio obligado a vivir de las conferencias que daba por toda Europa. en 1923 solo guardaba uno de sus especímenes. Tras unas conferencias en Cambridge se embarcó hacia los Estados Unidos, donde el New York Times lo saludó como "el nuevo Darwin" e hizo bastante dinero como conferenciante en universidades como Yale o la John Hopkins. No obstante el éxito con el público en general no significó que el otro mundo, el académico, aceptara sus teorías y poco a poco fue perdiendo crédito, de manera que en 1926 estaba rumiando la necesidad de emigrar a la URSS, donde por aquel entonces predominaban las ideas de otro lamarckiano, Lysenko. Sin embargo, un artículo en la revista Nature de otro Naturalista, Gladwyn Noble, que había tenido acceso al último sapo de Kammerer, hizo que su historia acabase en tragedia. Noble denunciaba en su artículo que no había encontrado ninguna protuberancia en el sapo de Kammerer. Lo que sí encontró fue restos de tinta china, que le hicieron pensar que la verdad era que los tan traídos y llevados bultitos habían sido creados artificialmente al inyectar esta sustancia en las patas del animal. En su última nota, Kammerer negaba tener nada que ver con el fraude, aunque decía tener idea de quién podía haber sido el artífice. Agobiado por la falta de medios, el prestigio perdido y, al parecer, un fracaso amoroso se suicidó de un disparo en la sien en octubre de 1926.
Con todo, la historia de Kammerer es la de una mente privilegiada, empeñada en transitar por caminos extraños a la ortodoxia científica como el lamarckismo o su obsesión con las casualidades que le llevó a postular su teoría de la sincronicidad, alabada en su día por el mismo Einstein y más tarde retomada por otros genios que sí pasaron a la Historia como son Jung y Pauli, pero que para nuestro protagonista no fueron sino dos callejones sin salida.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Mu bueno, HdC. Un científico que tenía éxito con la mujeres... ummmm

3:55 p. m.  

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